Dejando el pelero (fragmento)

El veintiocho de febrero del dos mil cuatro, junto a mi familia, “dejamos el pelero”. Esa mañana clara y sdejar el pelerooleada, cerramos nuestra casa, ya casi vacía de muebles y memorias, y mi esposo Noel, mis dos hijos, Sabine y Noel Arne, y yo salimos rumbo a Canadá. Lo que quedaba de nuestro pasado estaba empaquetado en nueve maletas y dos baúles, junto a un mazacote de miedos y anhelos. El dicho “dejar el pelero” en venezolano puro y simple, surgió de los indígenas que, al seguir el rastro de una presa, y decían que la misma había huido súbitamente dejando regados rastros de pelo arrancados por las ramas. En cierta forma, los venezolanos nos convertimos en algo cercano a un rebaño en desbandada que dejaba atrás hebras de su existencia. De una cosa estoy segura, nadie emigra si no siente la necesidad de hacerlo. Nadie en su sano juicio se levanta un día y ve su hogar fundado, su democracia y su libertad en pleno, la tierra bendita donde nació y donde están sus raíces, su trabajo enriquecedor y se dice a sí mismo: “Me voy pa’l coño”. Y debo confesar que en algún momento llegué a pensar que nadie en su sano juicio tampoco se queda en un lugar que significara el terror para su vida y la de los suyos. Pero a lo largo de todos estos años comprendí que emigrar es una decisión personal e íntima. (…/…)

La hija de los inmigrantes (Fragmento)

Travesía

memorias

Yo creí no entender mucho de la guerra y la opresión, pero atravesé esa sombra sin que mis padres y abuelos se percataran. La guerra y la opresión les había mutilado la calma. Sus gestos llevaban una sensación de zozobra y sus palabras, dolor al ser pronunciadas, aun disimuladas. Sin saberlo, esas historias que moraban como espíritus en las entrañas de mis antepasados, se transmitieron por vía de la sangre, y terminaron acechándome, repetidas en el momento menos pensado, con otros protagonistas, pero con tramas similares.

Mi travesía lleva el recuerdo de sus heridas.