No queda nada. Las maravillas naturales están agotadas, las ciudades parecen recién bombardeadas, la gente anda como zombis, dejando pedazos de ellos en hambre y miseria. Pero, como un ave Fénix bajo las cenizas, Venezuela espera paciente y triste, el momento de renacer, fulgurante otra vez.
LLevo años buscando la razón que nos trajo hasta aquí. He escrito miles de entradas en mis diarios, desmadejando el cómo y el por qué Venezuela terminó siendo un despojo y madriguera del terrorismo, narcotráfico y crimen internacional. Me ha resultado claro a través de todos esos años y todas esas palabras escritas, que, en Venezuela, la libertad se ha confundido con hacer lo que nos venga en gana. Era una época en que parecía no importarnos otra cosa que la rumba y el facilismo. La libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo que se debe. La libertad se busca, se defiende y se atesora. Implica derechos, pero también muchos deberes. Necesitamos entender que somos libres solamente en la medida en que reconocemos la humanidad y respeto la libertad de quienes nos rodean.
Estuvimos en medio de cambios profundos y serios, pero entre abstenciones electorales y un «no vale, aquí no va a entrar el comunismo», nos dejamos quitar el país . Se la pusimos de bombita. Muchas veces escuché decir a conocidos que no irían a votar porque se iban a la playa o que no pagaban el condominio del edificio hasta que no arreglaran la puerta automática del estacionamiento. Nuestro peor pecado fue la omisión; permitir corruptelas, desde el robo de resmas de papel en un colegio hasta los millones en PDVSA.
A cada dictadura le llega su momento de caer. El peso del mal es demasiado grande para que pueda sostenerse. Sucederá, lo sé, aunque la espera es lacerante. Pero cuando este gobierno caiga y sus secuaces enfrenten la ley, a nosotros nos tocará despertar al ave tricolor. Sin embargo, no podremos reconstruir a Venezuela con flojera, indolencia y el «¿cómo quedo yo ahí?». No podremos despertar al Fénix con las mismas actitudes que nos llevaron a su destrucción.
Si bien conviene reflexionar sobre el pasado, debemos pensar en el país que queremos. No será la misma Venezuela; será otra, distinta, pues los venezolanos que se quedaron y quienes emigramos, tampoco somos los mismos. Estoy segura de que somos portadores de una sabiduría que nos ayudará a reconstruir lo que quedó de una manera nueva, distinta, más humana y feliz.
¿Cúal es tu visión de la nueva Venezuela? Por favor, compártela en los comentarios.