BENDICIóN PARA QUIENES ESCRIBEN SU HISTORIA

Hoy amanecí con el espíritu henchido, decantado, una sensación de paz rara tras días muy duros e incertos, de encrucijadas y desencantos. No soy muy religiosa que digamos, pero me encanta leer bendiciones, pues me ayudan a recordar todo lo que tengo y lo afortunada que soy.

Las bendiciones son un suave deseo de bienaventuranza, inspiración y coraje. Al compartirlas, mi deseo es regarlas como una suave lluvia, calma y refrescante, sobre quienes andan en esta travesía llamada escritura.

Así que aquí las dejo:

“Bendición para quienes escriben su historia”:

ESpero que:

Veneres las lecciones aprendidas en tu travesía por la vida.

Te honres a ti mismo como el héroe o heroína de esa travesía.

Reconozcas el deseo de tu corazón de compartir tu historia como joya de sabiduría y paz.

Superes el miedo de ser vulnerable y honesto a través de tu historia.

Conectes con tu creador interior para que te dé fuego y pluma.

Conjures la disciplina de lograr tus metas de escritura diaria.

Tus escritos fluyan con arrojo para beneficio del mundo.

Te sugiero que escribas una bendición sobre aquello que te agobie, te estrese, te dé mala vida…cambiarás tu punto de vista 180 grados.

Cuéntame lo que descubriste…

COMENZAR

“Pocos escritores realmente saben lo que están haciendo, hasta que lo hacen”

Anne Lammott

Muchas cosas te han sucedido: logros, llamados, amor, desilusión, bancarrota, alcohol o drogas, gordura o anorexia. Y, aunque parecen lejanos, los llevas en medio del pecho. De pronto, piensas que hay la posibilidad de una historia. Ese deseo de escribir te ha sido plantado por alguna razón. Deja que tu instinto te guíe, suéltate a la curiosidad, pues mientras te atrevas a crear y a afirmar, gastarás menos tiempo en aquello que te roba la energía y la autoestima.

Como el héroe que regresa a casa con el tesoro, es tu momento de compartir la sabiduría que lograste en tu travesía.

Por ahora, solo vamos a tocar las ideas y las ganas. Cero estructura y técnica literaria; por ahora, no son importantes.

Dedícate tiempo y amor

Tu mayor poder, después del amor, es el poder de crear; a ti misma, tu realidad y tu mundo. Hazte una promesa de dejar de operar en modo supervivencia, de posponer tu creatividad, de enterrarte en vida. Tú y tu historia son tu prioridad. Elizabeth Gilbert en su libro Big Magic dice “crea aquello que cause una revolución en tu corazón”.

Consigue un diario

Comienza por escribir un poco todos los días. Lo que sientes, lo que recuerdas. Si necesitas inspiración, mira en el apartado “Para la travesía”. Llevé diarios durante mucho tiempo. Son mi Baúles de los Recuerdos que abro para encontrar y fueron la fuente de todo aquello que creí olvidado.

La técnica de escritura salvaje o escritura automática ayuda a evitar el censor que llevas dentro y dejar que fluyan ideas, imágenes, sensaciones y emociones. Si, por ejemplo, necesitas escribir sobre un engaño, comienza con una frase como: “Confié en ti, pero…”

Céntrate en un tema

Cuando comencé a escribir La hija de los inmigrantes, sabía cuál era el tema: el momento en que se me partió la vida y tuve que volverme inmigrante somo mis padres. El miedo, la incertidumbre, el estar metida entre dos aguas, el impacto de las historias que se repiten. Esos fueron mis puntos de partida.

Haz una línea de tiempo

Como parte del ejercicio de desenterrar las memorias, construye una línea de tiempo; qué sucedió y cuándo sucedió. Te ayudara a escarbar tus recuerdos y a construir la trama formal más adelante.

Muestra tu odisea

Pinta con palabras el agobio y las dudas. Muéstrate vulnerable. Si pasaste un divorcio, escribe sobre la cama vacía, las gavetas abiertas, la sensación de ser un hueco. Ese es el punto de inflexión, el momento de tocar fondo. Usa tus sentidos para pintar los detalles. ¿A que sabe el engaño? ¿De qué color es la tristeza?

Celebra las lecciones

¿Qué aprendiste? ¿Cómo es tu vida después de la noche más larga? Habrá un momento en que, mientras escribes, sonreirás ante la epifanía que descubriste entre tus palabras.  Te lo prometo. Verás que eres más fuerte de lo que pensaste.

Comienza. Eso es todo. Da pequeños pasos pero firmes y constantes. Pronto surgirá la estructura, porque Brené Brown, socióloga estadounidense, sostiene que “un día contarás la historia de cómo sobrellevaste todo aquello que te sucedió, y esa historia será la guía de supervivencia de alguien más”.

Me encantaría que compartieras tu percepción y comentarios sobre este proceso de comenzar a escribir y crecer.

Cuento: jesusa vuelve a respirar

“Hay un dicho en la Tierra del Nunca Jamás, que cada vez que respiras, muere un adulto»

J.M. Barrie, Peter Pan

Jesusa sacó la caja escondida bajo su cama. Acarició sus grabados de ébano envejecidos, llenos de las historias de su abuela, quien se la había regalado con promesas de aventuras cuando ella era solo una niña. Habrían de pasar tres décadas para conjurar la valentía de sacar su secreto a la luz. Necesitaba desacelerar su corazón a punto de estallar, pues Jesusa había pasado buena parte de su vida conteniendo la respiración como quien se ahoga y, pataleando en busca la superficie del agua. Miró su mochila sobre la cama; su tiempo había llegado. Se soltó el cabello ya canoso y se alisó la blusa hindú de la tienda de segunda mano. Sus hijos entenderían, estaba segura. Bueno, casi. Pero ya eran adultos, cada uno con vida propia. Así que, abrió la caja ante ellos y, mitad solemne, mitad asustada, les soltó la noticia.

― Carlos, Ana, necesito que me lleven al aeropuerto. Voy a darle la vuelta al mundo.

Ambos saltaron al unísono y entre alharacas de preguntas y negaciones, Jesusa, como si nada, puso sobre la mesa tres viejas latas de café llenas de billetes, decenas de folletos de viaje y su pasaporte. No siempre estuvo tan segura de su próximo paso. Hubo un tiempo en que, tras acostar a sus pequeños, se convertía una bolita recostada de la puerta de su habitación en medio de la oscuridad de la incertidumbre. De noche lloraba y de día tragaba grueso. Se juraba a diario que algún día saldría de esa; solo la anclaban sus hijos y la sostenía su sueño. A pesar del dolor de espalda que dan las largas faenas empacando chocolates, Jesusa caminaba a casa. Un día se paró ante el cristal de una agencia de viajes donde imágenes de lugares lejanos le abrasaron la imaginación sin misericordia. Desde ese día Jesusa entraba al local y, como una niña que se roba un caramelo en la tienda de la esquina, metía un par de folletos en su cartera bajo la mirada severa del dueño. Al llegar a casa rendía el poco dinero para el alquiler y la comida, pero mientras fregaba los platos fantaseaba con tacos, paellas y samosas. Acostada luego en su cama, Jesusa acariciaba los folletos bajo la luz de una bombilla solitaria y se dormía perdida en el ensueño de budas, elefantes y cataratas. Pero la imagen de una mujer buceando en las aguas cristalinas del Adriático le removió algo en el pecho como si fuese oxígeno puro. Quizás allá lejos podría volver a ver el fondo de su mar de aguas turbias. La culpa no la dejó dormir cuando guardó el primer billete en la caja de ébano, pero tuvo la certeza absoluta de que el tiempo y su plan en marcha le acercarían cada vez más a ese mar sin lodo en el que ella quería bucear sin tregua.

Ahora, sus hijos eran la última prueba de voluntad.

―Pero mamá, tus nietos te necesitan. Y tú, ya necesitas descansar. Además, nunca has salido de esta ciudad ― dijo Ana, la más joven, la más inquieta, aunque domesticada por las responsabilidades.

Jesusa reconoció en Ana la misma chispa en su mirada que la que le devolvía el espejo cada mañana. Solo faltaba soltarla al mundo, pero no era ya su tarea de madre.

―A su tiempo, Anita, pero primero el mundo me espera.

―Pero ¿no puedes ir a visitar a tu hermana que vive a dos horas de aquí? ¿Cuál es este empeño de mochilear? ― preguntó Carlos, el mayor, el más sólido y pragmático.

Jesusa no respondió. Carlos negaba con la cabeza metida entre las manos, dando zancadas por la sale e imaginando toda la logística de traer a su madre muerta desde alguna selva en África, o pagando su rescate a grupos extremistas en Afganistán.

― Mamá, el mundo es muy peligroso además tu ni siquiera sabes otro idioma.

I can speak some English. Clases on line― contestó Jesusa con el mentón en alto.

Carlos pestañeó incrédulo. ¿Quién era esa mujer que se hacía llamar su madre, incapaz de tocar una computadora? Peor aún ¿quién le habría lavado el cerebro?

¿Conque Internet? ¡Ah, eso es! Tienes algún novio virtual. Te prohíbo verlo otra vez― manoteó Carlos.

Jesusa soltó la carcajada.

― Con tu padre tuve suficiente de los hombres. El día que se fue supe que nunca le confiaría mi corazón a nadie. Solo a mí misma y a ustedes, por supuesto. Entonces, ¿me llevan o pido un Uber?

Carlos balbuceaba argumentos que se le esfumaban, pero Jesusa permaneció tan firme que parecía sorda. La sonrisa contenida de Ana era un sí definitivo, el ceño fruncido de Carlos era una pataleta. Pero esto no era una democracia ni una intervención. Era su vida. Y punto.

― Bueno, tampoco es para tanto, Carlos. Necesita unas vacaciones ― dijo Ana tanteando la justificación final.

Con una pequeña reverencia, Ana reconoció a la heroína que la había criado. Y a Carlos no le quedó otra que aceptar la independencia de aquella mujer que había estado a su servicio toda la vida.

En el aeropuerto, Ana la abrazó con la fuerza suficiente para transmitirle apoyo, no para retenerla. Entendió que la vida no daba atajos, sino caminos arduos, pero si se mantenía en ellos, llegaría a su destino. ¿Dónde estaba su propia valentía? Suspiró y sonrió con algo de tristeza, pero con mucha admiración.

―Me iría contigo si pudiera.

Algún día lo harás― la sentenció Jesusa.

Carlos mantenía su cara de perro, temeroso de que su hermana se contagiara de esa insurrección del espíritu, pero finalmente le dio un beso impotente a su mamá. Jesusa tomó una bocanada de aire, se puso la mochila al hombro y entró en el avión para ir en busca de su mar cristalino.

Pequeñas victorias

A ver cómo comienzo a escribir este artículo…

Hay días en que nada de lo que escribo me parece digno de ser publicado. Todo me parece soso o incompleto.

El patrón es el mismo:

a. Una idea para un cuento o artículo me acelera el corazón y me eriza las neuronas.

b. Tomo notas, construyo un bosquejo y me lanzo a escribir. Me gusta, me digo sonriendo, mientras mis dedos tratan de teclear a la velocidad de mis pensamientos.

c. Descanso unas horas, quizás unos días. Cuando, finalmente abro el documento y comienzo a leer lo que escribí, se me desinfla el alma; mi idea inicial se ha transformado en otra cosa, un patuque de algo que reconozco solo de manera vaga. Corrijo por aquí, borro por allá, pero mi censor interno comienza a reirse de mí.

d. Borro lo escrito y me voy a lavar los platos. Caso cerrado. Olvidado y aplastado.

e. Me siento miserable por algunos días.

f. Trato de nuevo como ararstrando los pies.

Hay un diagnóstico para esa condición. Se llama Síndrome del Impostor, un patrón psicológico por el cual una persona es incapaz de interiorizar sus propios éxitos y sobre todo, sus habilidades. Es la negación absoluta de la autoestima, y mata más manuscritos que el cáncer a la gente.

Sé que necesito superarlo, así que, dispuesta a masajearme el ego, encontré un ejercicio en la imprecisa sabiduría de las redes, y comencé a escribir en mi diario una lista sobre aquellas cosas que he logrado en la vida. Recordé muchas de aquellas grandiosidades: terminar una carrera, casarme, la compra de la primera casa, el nacimiento de mis hijos, el proceso de emigrar a un país extraño. El problema es que, cuando ando de malas vibras rondándome la cabeza como moscas, todo aquello suena titánico y dificil. Me asusta no poder volver a lograr nada de ese calibre. Así que, hay que volver a lo pequeño, a lo elemental.

Mi pequeña (gran) victoria de esta semana fue escribir un cuento para un concurso. La victoria no radicó en escribir el cuento, sino superar el terror de exponerlo en una plataforma pública. Un solo escrito, que, cuando me atacaron las ganas de reeditar ad nauseam, lo publiqué. Sin mirar atrás y sin flagelarme, recordando la coma o tilde que perdí. Confieso que han habido momentos de ansiedad, pero luego me digo, «es solo un escrito, es solo un concurso. Hay otros más».

Escribir es una práctica, mejora cada vez que la ejercitas. Sobreponerse a los obstáculos, sobre todo los autoinfligidos, también lo es.

¿Cuál es tu pequeña victoria de hoy?

El ensayo personal

Buscando balance

Hay tantas cosas que no entiendo. Me agobia tanta polaridad, tanta injusticia, tanta violencia. El mundo esta cada vez más dividido, cada vez más inseguro. Cada persona parece aferrarse a sus dogmas como una tabla de salvacián con la que le darán palo a quien piense distinto.

Siendo mujer e inmigrante, pertenezco a esos grupos vulnerables a quienes han pisoteado por siglos. Digo vulnerables pero ser mujer requiere fuerzas casi sobrehumanas para llevar a cuestas a hijos, familia, trabajo y encima, ser inmigrante anda uno purgando nostalgias e incertidumbres, todo con mucha templanza, arrojo, paciencia y dignidad. Escribir sobre esas experiencias personales revuelve mucho, escarba costras.

Escribo para descubirir lo que estoy pensando, lo que estoy mirando,

lo que veo y lo que significa

Joan Didion

Entonces descubrí el género del ensayo personal. Crear un ensayo personal es como intersectar tu autobiografia con periodismo. Es un texto de descubrimiento, de reflexión quizás sin el drama de una novela. No quiere decir que no sea emocional, porque cuando uno revuelve sus pensamientos sobre un determinado tema, surgen sensaciones, dudas y epifanías. El ensayo personal es un arte lento que requiere valentía para exponer lo que uno va descubiriendo, sobre todos si va en contra de lo aprendido como cierto durante toda la vida.

Por ahora, solo practico, por eso se llama ensayo. Es una practica, es explorar nuevas técnicas y puntos de vista. Una forma de desentrañar un tema sobre el cual tengo convicciones profundas y explorar el contrario, no para solidificar la piedra de mis creencias, sino para aprender a ponerme en los zapatos del otro. Es una forma de parar esta polarización en la que vivimos.

Sé que hay temas, como la dictadura en Venezuela, el narcotráfico, la muerte de niños indígenas a manos de la Iglesia, que no tiene visiones alternativas posibles. Pero hay otros como: aferrarme a lo seguro, aprender a deslastrarme de lo material, explorar lo que siento sobre la muerte, la profesión y la emigración, que valen la pena explorar, comprender y ampliar.

Le he dado vueltas a La hija de los inmigrantes durante mucho tiempo, al punto de que he querido engaventarla y seguir con mi vida. Descubrí que necesito encontrar una distancia saludable de esas emociones duras que las memorias te revuelven. Espero ahora darle otro cariz, más reflexivo y menos doloroso.

Deséenme suerte…

La tormenta de Murakami

“A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.”

Haruki Murakami

Esta cita de Haruki Murakami, de su libro Kafka en la orilla (2006), me ha acompañado en mis momentos más oscuros. Sus palabras me han servido de tabla de salvación, un recordatorio de mi capacidad de progresar y rebotar.

Y es que, a veces, perdidos en nuestras pesadillas, creemos que no podremos con todo. Pero, podemos escoger cómo actuar…Siempre tenemos la decisión; o nos dejarmos arrastrar por las penurias, o  pataleamos como locos para salir del remolino. Poco a poco vamos capoteando el fenómeno, el tsunami que nos revuelca, y paso a paso resolvemos este caos que es vivir. Una vez superada, agradecemos cada prueba, la posibilidad de demostrarnos la infatigable fortaleza interior que nos vuelve infatigables, briosos y tenaces. En medio de lo inesperado aprendemos a enfocar nuestros esfuerzos, a calmarnos, sacamos aguante de donde nunca creímos posible. En ese proceso  nos volvemos un poquito más sabios, y nos convertimos en otra persona.

Al salir de la crisis, viene una especie de entumecimiento, – el descanso del guerrero-, donde se decanta todo. La reflexión posterior hace que haya algo especial en los sobrevivientes de las crisis: hay una cierta tranquilidad, como si supieran de lo que son capaces. Nos maravillamos de haber superado las pruebas y se instala en nosotros un orgullo nuevo, pulido, fuerte. Después de la tormenta, viene la calma y sale el sol.

Así son las tormentas…

Recuerda las tormentas a las que has sobrevivido.

Lo que aprendí de mis Páginas Mañaneras

Me topé con el concepto de Páginas Mañaneras (Morning Pages) a través de la escritora estadounidense Julia Cameron. Ella sostiene que escribir tres folios a mano alzada, sin pensar o editar, todos los santos días, tiene un sinnúmero de beneficios, no solo como como una herramienta de exploración, sino también como una forma de vaciar toda la basura que cargamos en la mente. Es un poco lo que llaman Escritura Salvaje. (Sonrío en secreto ante la oportunidad de esto último…)

Así que decidí darle un recreo a mi mente, cuya hiperactividad es la de un bebé de dos años. Después de ventinún días de escribir mis tres páginas diarias, como poseida por un espíritu ante una tabla de Ouija, puedo decir lo siguiente:

  1. Descubrí que es importante hacerlo al despertarme, inclusive antes de cepillarme los dientes. De esa forma puedo evadir al crítico interior, porque el gran carajo, también se levanta temprano.
  2. A veces escojo el tema que me este agobiando de antemano, y del que necesito claridad, y a veces, solo escribo lo primero que me venga a mente. Dejo que mi pluma se deslice sobre el papel sin pensar o editar. Tacho si es necesario, pero mantengo la mano en el movimiento.
  3. Escribir de esa forma desatda es más dificil de lo que pensé, pero el tiempo y la práctica constante lo va facilitando. Como todo en la vida.
  4. Cuando se me acaba la cuerda y no sé qué más escribir, escribo: «no sé qué más escribir, no sé qué más escribir, no sé qué más escribir» las veces que haga falta…y entonces sucede: algo más sale. Siempre.
  5. La ortografía y la caligrafía no aplican en este submundo. De hecho, creo que las monjas de mi colegio se revolcarían al ver el tiempo que perdieron inculcándome el Método Palmer de Escritura. Pero, está bien…ya habrá tiempo de usar el material que he escrito para pulirlo y bonitearlo.
  6. Como no tienes (ni debes) compartir con nadie, eres libre de escribir sin censura ni mesura. Así que, dale que no viene carro… solo así descubrirás lo que es esencial.
  7. Cuando comencé esta práctica solo me quejaba en la página, del trabajo, de la pandemia, de la vida y de cualquier cosa, pero con el pasar de los días, afloraron pequeños cambios en mi lenguaje. Comenzaron a surgir más soluciones que problemas, más respuestas que preguntas, más compasián que lamentos. Una vez superada esa etapa, lo que viene es esa creatividad más suelta. Ahora veo posibilidades, promesas, acciones.

En fin, me encanta la práctica de las Páginas Mañaneras, pues creo que puedo ir más allá: usarla para desenterrar memorias, crear escenas, soñar personajes, escribir artículos, idear cursos. Las posibilidades no tienen límites.

¿Te animas a probarlas?

Las vueltas que da la vida

Jamás pensé en emigrar de Venezuela hasta aquel nefasto día en que mi mundo prefectico y envueltico en celofán, se me vino abajo. Un solo acto, un solo hombre, miles de recuerdos sobre las historias de mis padres y abuelos que sobrevivieron a la guerra y el comunismo. Era diciembre de 1998.

Mucho sucedió entre 1998 y el 2004. Durante meses preparamos nuestra huida, pero aun con un plan en mente, el caos que me envolvía no me dejaba buscarle fondo y verdad a todo ese despelote. Es cuesta arriba ponerle palabras a lo que te surca la mente y el cuerpo, cuando no sabes lo que te depara el presente, y menos, el futuro.

Finalmente, nos instalamos en Toronto en febrero del 2.004. Mi esposo volvió a Venezuela por tres meses a cerrar asuntos de trabajo, mis hijos comenzaron la escuela, y yo descubrí que, a veces la soledad era como un pequeño demonio que se me sentaba en el hombro a susurrarme calamidades. Pero como soy tozuda, espanté la bichito y salí a descubrir mi nuevo territorio. Por cosas del destino, aterricé en una feria de Glendon College, donde mercadeaban cursos para captar nuevos estudiantes. Ahí, en uno de los puestos de la feria, una señora de aura gentil y sonrisa suave, me entregó un panfleto sobre un certificado de traducción inglés-español. En mi situación recién llegada y con la tabla rasa, hice lo que tenía que hacer: me inscribí en el curso. La señora gentil fue mi maestra.

En una de las primeras clases, me entregó mi tarea valorada y me sentenció de por vida. Tienes que escribir, me dijo. Tres palabras que me marcaron. De ahí en adelante, escribí. A veces con mucha disciplina y diligencia, creando cuentos que me hacían sentir como la futura candidata al Premio Nobel de Literatura; otras enrollada en mi cama, atacada por el Síndrome del Impostor.

No todos los días me siento la hija de Hemingway o de Gallegos, pero mis historias le dan masa y peso a ese camino tortuoso que ha sido emigrar y reinventarme. Cada frase escrita es un llaga que se cierra y un camino que se abre. A veces fluyo, a veces me atasco, pero siempre vuelvo al momento en que leo las palabras en la hoja y todo cobra sentido en mi vida.

Cuéntame de las vueltas que ha dado tu vida…

PANDEMIA Y EXILIO

En estos tiempos convulsos, no hay nadie que no haya sido tocado por la pandemia o por el exilio. En mi caso, por ambos. Encierro y destierro a la vez. Meses que se han convertido en años lejos de la gente que quiero.

Pero ayer fue el cumpleaños de mi tía Ceci. Setenta y cinco años que se dicen fáciles, aunque no en Venezuela. Sin embargo, mi tía Ceci es de esas mujeres que tiene la capacidad de ver lo bueno en medio del caos y del dolor. Practica natación con su cadera biónica, siembra árboles en el complejo deportivo donde nada, hace tapices comunitarios mientras medita y se la pasa volcando su pasión por la buena cocina con lo que consigue en los escasos y carísimos mercados de Caracas.

Muchos en esta familia estamos lejos; hemos aprendido a vivir el miedo, con la incertidumbre, con el desarraigo, pero no dejamos pasar un momento para soltar todo aquello que nos agobia y celebrar en familia; un instante de pausa del mundo de heridas abiertas. Gracias a los avances de internet y después de algunos traspiés tecnológicos (je, je, je) anoche nos juntamos para cantarle el «Cumpleaños Feliz» a Ceci desde Venezuela, Canadá, Panamá, Estados Unidos y Argentina.

La pandemia y el exilio no nos puede encerrar. Hay mucho que celebrar.

Los quiero,

Erika

Día 5: esperas

Dicen que lo bueno se hace esperar, pero cuando enfrentaba peligros y estancamientos, la espera del día de partir a Canadá se me hizo eterna.

Los días se convertían en semanas que se convertían en meses. La paciencia se me acortaba y no siempre podía sostener un pensamiento positivo o efectivo. Me revolcaba en escenarios que me amargaban la vida.

La espera es no saber aun cuando uno ya está dispuesto. Pero sucede que las esperas siempre acaban, para bien o para mal. Entonces, como un río contenido al que le abren las compuertas de la represa, todo comienza a fluir.

Hoy, recuerda tu espera, pero más importante, cuál era tu actitud ante la espera. Escarba sobre tu animación suspendida, tu desespero, tu vida entrabada, y luego la energía de tu río.

Como siempre, respira y date permiso para purgar esas memorias. Ten paciencia contigo mismo. Trátate con amor y calma.  

Escribe sin editar ni pensar durante 20 minutos para comenzar. Solo deja que tu mano fluya desde tu mente, a través de tu pluma al papel.  

Descarga aquí el disparador de hoy.