“A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.
Haruki Murakami
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.”
Esta cita de Haruki Murakami, de su libro Kafka en la orilla (2006), me ha acompañado en mis momentos más oscuros. Sus palabras me han servido de tabla de salvación, un recordatorio de mi capacidad de progresar y rebotar.
Y es que, a veces, perdidos en nuestras pesadillas, creemos que no podremos con todo. Pero, podemos escoger cómo actuar…Siempre tenemos la decisión; o nos dejarmos arrastrar por las penurias, o pataleamos como locos para salir del remolino. Poco a poco vamos capoteando el fenómeno, el tsunami que nos revuelca, y paso a paso resolvemos este caos que es vivir. Una vez superada, agradecemos cada prueba, la posibilidad de demostrarnos la infatigable fortaleza interior que nos vuelve infatigables, briosos y tenaces. En medio de lo inesperado aprendemos a enfocar nuestros esfuerzos, a calmarnos, sacamos aguante de donde nunca creímos posible. En ese proceso nos volvemos un poquito más sabios, y nos convertimos en otra persona.
Al salir de la crisis, viene una especie de entumecimiento, – el descanso del guerrero-, donde se decanta todo. La reflexión posterior hace que haya algo especial en los sobrevivientes de las crisis: hay una cierta tranquilidad, como si supieran de lo que son capaces. Nos maravillamos de haber superado las pruebas y se instala en nosotros un orgullo nuevo, pulido, fuerte. Después de la tormenta, viene la calma y sale el sol.
Así son las tormentas…
Recuerda las tormentas a las que has sobrevivido.