Cuento: jesusa vuelve a respirar

“Hay un dicho en la Tierra del Nunca Jamás, que cada vez que respiras, muere un adulto»

J.M. Barrie, Peter Pan

Jesusa sacó la caja escondida bajo su cama. Acarició sus grabados de ébano envejecidos, llenos de las historias de su abuela, quien se la había regalado con promesas de aventuras cuando ella era solo una niña. Habrían de pasar tres décadas para conjurar la valentía de sacar su secreto a la luz. Necesitaba desacelerar su corazón a punto de estallar, pues Jesusa había pasado buena parte de su vida conteniendo la respiración como quien se ahoga y, pataleando en busca la superficie del agua. Miró su mochila sobre la cama; su tiempo había llegado. Se soltó el cabello ya canoso y se alisó la blusa hindú de la tienda de segunda mano. Sus hijos entenderían, estaba segura. Bueno, casi. Pero ya eran adultos, cada uno con vida propia. Así que, abrió la caja ante ellos y, mitad solemne, mitad asustada, les soltó la noticia.

― Carlos, Ana, necesito que me lleven al aeropuerto. Voy a darle la vuelta al mundo.

Ambos saltaron al unísono y entre alharacas de preguntas y negaciones, Jesusa, como si nada, puso sobre la mesa tres viejas latas de café llenas de billetes, decenas de folletos de viaje y su pasaporte. No siempre estuvo tan segura de su próximo paso. Hubo un tiempo en que, tras acostar a sus pequeños, se convertía una bolita recostada de la puerta de su habitación en medio de la oscuridad de la incertidumbre. De noche lloraba y de día tragaba grueso. Se juraba a diario que algún día saldría de esa; solo la anclaban sus hijos y la sostenía su sueño. A pesar del dolor de espalda que dan las largas faenas empacando chocolates, Jesusa caminaba a casa. Un día se paró ante el cristal de una agencia de viajes donde imágenes de lugares lejanos le abrasaron la imaginación sin misericordia. Desde ese día Jesusa entraba al local y, como una niña que se roba un caramelo en la tienda de la esquina, metía un par de folletos en su cartera bajo la mirada severa del dueño. Al llegar a casa rendía el poco dinero para el alquiler y la comida, pero mientras fregaba los platos fantaseaba con tacos, paellas y samosas. Acostada luego en su cama, Jesusa acariciaba los folletos bajo la luz de una bombilla solitaria y se dormía perdida en el ensueño de budas, elefantes y cataratas. Pero la imagen de una mujer buceando en las aguas cristalinas del Adriático le removió algo en el pecho como si fuese oxígeno puro. Quizás allá lejos podría volver a ver el fondo de su mar de aguas turbias. La culpa no la dejó dormir cuando guardó el primer billete en la caja de ébano, pero tuvo la certeza absoluta de que el tiempo y su plan en marcha le acercarían cada vez más a ese mar sin lodo en el que ella quería bucear sin tregua.

Ahora, sus hijos eran la última prueba de voluntad.

―Pero mamá, tus nietos te necesitan. Y tú, ya necesitas descansar. Además, nunca has salido de esta ciudad ― dijo Ana, la más joven, la más inquieta, aunque domesticada por las responsabilidades.

Jesusa reconoció en Ana la misma chispa en su mirada que la que le devolvía el espejo cada mañana. Solo faltaba soltarla al mundo, pero no era ya su tarea de madre.

―A su tiempo, Anita, pero primero el mundo me espera.

―Pero ¿no puedes ir a visitar a tu hermana que vive a dos horas de aquí? ¿Cuál es este empeño de mochilear? ― preguntó Carlos, el mayor, el más sólido y pragmático.

Jesusa no respondió. Carlos negaba con la cabeza metida entre las manos, dando zancadas por la sale e imaginando toda la logística de traer a su madre muerta desde alguna selva en África, o pagando su rescate a grupos extremistas en Afganistán.

― Mamá, el mundo es muy peligroso además tu ni siquiera sabes otro idioma.

I can speak some English. Clases on line― contestó Jesusa con el mentón en alto.

Carlos pestañeó incrédulo. ¿Quién era esa mujer que se hacía llamar su madre, incapaz de tocar una computadora? Peor aún ¿quién le habría lavado el cerebro?

¿Conque Internet? ¡Ah, eso es! Tienes algún novio virtual. Te prohíbo verlo otra vez― manoteó Carlos.

Jesusa soltó la carcajada.

― Con tu padre tuve suficiente de los hombres. El día que se fue supe que nunca le confiaría mi corazón a nadie. Solo a mí misma y a ustedes, por supuesto. Entonces, ¿me llevan o pido un Uber?

Carlos balbuceaba argumentos que se le esfumaban, pero Jesusa permaneció tan firme que parecía sorda. La sonrisa contenida de Ana era un sí definitivo, el ceño fruncido de Carlos era una pataleta. Pero esto no era una democracia ni una intervención. Era su vida. Y punto.

― Bueno, tampoco es para tanto, Carlos. Necesita unas vacaciones ― dijo Ana tanteando la justificación final.

Con una pequeña reverencia, Ana reconoció a la heroína que la había criado. Y a Carlos no le quedó otra que aceptar la independencia de aquella mujer que había estado a su servicio toda la vida.

En el aeropuerto, Ana la abrazó con la fuerza suficiente para transmitirle apoyo, no para retenerla. Entendió que la vida no daba atajos, sino caminos arduos, pero si se mantenía en ellos, llegaría a su destino. ¿Dónde estaba su propia valentía? Suspiró y sonrió con algo de tristeza, pero con mucha admiración.

―Me iría contigo si pudiera.

Algún día lo harás― la sentenció Jesusa.

Carlos mantenía su cara de perro, temeroso de que su hermana se contagiara de esa insurrección del espíritu, pero finalmente le dio un beso impotente a su mamá. Jesusa tomó una bocanada de aire, se puso la mochila al hombro y entró en el avión para ir en busca de su mar cristalino.

Las vueltas que da la vida

Jamás pensé en emigrar de Venezuela hasta aquel nefasto día en que mi mundo prefectico y envueltico en celofán, se me vino abajo. Un solo acto, un solo hombre, miles de recuerdos sobre las historias de mis padres y abuelos que sobrevivieron a la guerra y el comunismo. Era diciembre de 1998.

Mucho sucedió entre 1998 y el 2004. Durante meses preparamos nuestra huida, pero aun con un plan en mente, el caos que me envolvía no me dejaba buscarle fondo y verdad a todo ese despelote. Es cuesta arriba ponerle palabras a lo que te surca la mente y el cuerpo, cuando no sabes lo que te depara el presente, y menos, el futuro.

Finalmente, nos instalamos en Toronto en febrero del 2.004. Mi esposo volvió a Venezuela por tres meses a cerrar asuntos de trabajo, mis hijos comenzaron la escuela, y yo descubrí que, a veces la soledad era como un pequeño demonio que se me sentaba en el hombro a susurrarme calamidades. Pero como soy tozuda, espanté la bichito y salí a descubrir mi nuevo territorio. Por cosas del destino, aterricé en una feria de Glendon College, donde mercadeaban cursos para captar nuevos estudiantes. Ahí, en uno de los puestos de la feria, una señora de aura gentil y sonrisa suave, me entregó un panfleto sobre un certificado de traducción inglés-español. En mi situación recién llegada y con la tabla rasa, hice lo que tenía que hacer: me inscribí en el curso. La señora gentil fue mi maestra.

En una de las primeras clases, me entregó mi tarea valorada y me sentenció de por vida. Tienes que escribir, me dijo. Tres palabras que me marcaron. De ahí en adelante, escribí. A veces con mucha disciplina y diligencia, creando cuentos que me hacían sentir como la futura candidata al Premio Nobel de Literatura; otras enrollada en mi cama, atacada por el Síndrome del Impostor.

No todos los días me siento la hija de Hemingway o de Gallegos, pero mis historias le dan masa y peso a ese camino tortuoso que ha sido emigrar y reinventarme. Cada frase escrita es un llaga que se cierra y un camino que se abre. A veces fluyo, a veces me atasco, pero siempre vuelvo al momento en que leo las palabras en la hoja y todo cobra sentido en mi vida.

Cuéntame de las vueltas que ha dado tu vida…

El instinto de escribir

¿Cuál es tu instinto?

Déspues de muchos días entre tantas incongruencias e incertidumbres, hoy desperté con un impulso de escribir. Como si necesitara volver a respirar. Y me pregunto ¿Escribir es un instinto?

Lo cierto es que, últimamente solo sé de un muerto, un enfermo, un terror de algo invisible, pero muy presente, como un fantasma. Un catálogo de horrores. Así que, en una discreta promesa conmigo misma, hoy decidí olvidar, huir, enconcharme. Tomé de nuevo la pluma, me senté bajo una mañana, mitad sol, mitad brisa fresca, y escribí. No pensé, solo sentí, una especie de meditación necesaria.

Afuera, la realidad anda a su propia velocidad temeraria, y yo aquí, en mi jardín, me he bajado de la centrífuga que es ese mundo, para crear uno propio, a mi voluntad y necesidad.

No quiero volverme arisca, no quiero que el mundo me endurezca. Sé, como sé respirar, que hay un misterio en el acto de escribir: me mantiene frágil y fuerte a la vez. Me mantiene concreta, viva y alerta. En el papel, destapo mentiras, descubro verdades, disuelvo oscuras fuerzas. Me acompaña una melodía, que poco a poco, me afloja esa vigilancia perenne en un lugar sobre el cual tengo cero control. Al escribir, solo controlo la piquiña de mi mano y de mis ideas.

En esas líneas locas hay destellos de memorias, de lecciones. En ellas se borran mis miedos y mis indecisiones. Puedo jugar con fuego, sin temor de quemarme, aun inmolándome en mis palabras.

Escribir para mí, es inevitable. Como tomar agua. Es un instinto.

¿Cuál es tu instinto?

Todavía…

Me encanta la palabra “Todavía”, pues en ella hay la promesa de lo que aún está por suceder o por venir. Una sola palabra puede cambiarte la perspectiva. «Todavía» es una de ellas. Te permite ver las cosas con posibilidades y creatividad.

Te explico: No digas, “No sé escribir”. Di “No sé escribir todavía”. ¿Viste cómo cambian el tono y las posibilidades?

La Real Academia Española la define como:

1. adv. Hasta un momento determinado desde tiempo anterior. No he escrito mi novela todavía.

2. adv. Con todo eso, no obstante, sin embargo. Es muy ingrato, pero todavía quiero hacerle bien.


«Todavía», no solo es persistencia, es aprendizaje y generosidad contigo mismo.

Así que, te propongo un reto…algo que te dé un poquito mas de perspectiva, y sobre todo, muchas ideas. Piensa en todas esas cosas sobre las cuales quisieras escribir y que no has podido. Puede ser un cuento sobre una muñeca de tu infancia, o un ensayo personal sobre cómo te adaptaste a una nueva cultura tras emigrar, o una novela sobre cómo sobreviviste a un accidente. En fin, hay tantas opciones como neuronas tengas (que son muchísimas).

OJO: ¡No importan las razones o excusas! Aquí no juzgamos ni a nosotros mismos… ¡PORFA!

El objetivo de este reto es que comiences a llevar tus deseos y sueños a la página. Haz una lista en tu cuaderno o diario. Escribe la idea cada vez que ésta te asalte. Eso es todo. Comenzar…

No olvides de contarme sobre algunas de tus anotaciones.

¡Me encantaría leerte!

Como pequeña letanías

Me puse a jugar con las palabras y esto fue lo que resultó.

El regocijo de volar
El miedo de aterrizar
La sonrisa de acariciar
La raíz de cantar
La sed de escapar
El hambre de anidar
El insomnio de creer
El dolor de juzgar
El instinto de soñar
El calvario de dudar
El milagro de despertar
El temor de mirar
El deber de llorar
Las ganas de rozar
El placer de descubrir
La esperanza de besar
La tristeza de no saber
La duda de ser
La agonía de no ser
El orgullo de recordar
La fortuna de olvidar
La delicadeza de perdurar
La necesidad de escribir

Escribe tu batalla

Escribir sobre tus experiencias, sobre todo si te han marcado, te ayuda a procesarlas, a entenderlas, a darles un cariz de lección y aprendizaje más que de castigo. Tendrás mejor perspectiva, crecerás y superarás…pero sin la culpa pegada a la vivencia. 

Te lo prometo…

Palabras que nos gustan: Héroe/Heroína

La palabra de esta semana es Héroe/Heroína.

Es aquella persona que sale en busca de lo que necesita y quiere, que no se doblega, aunque le duela. Que se levanta cada vez que se cae. Superan cáncer, despidos, infidelidades, vicios, adicciones, pobreza, fronteras…

¿Cuántos héroes y heroínas anónimos hay allá afuera de quienes podemos aprender tanto, si solo supiéramos sus historias?

Te cuento un secreto: Tú eres héroe/heroína de tu propia vida, de tu propia historia…

Provocando palabras / Febrero 2021

Hay palabras o frases que empujan a escribir; pequeños apuntes que son semillas para un texto. Estos ejercicios te ayudarán a desatascarte cuando no sepas qué escribir; te abrirán la imaginación y te disolverán el miedo a la página en blanco.

Las reglas son muy fáciles:

1. La más importante: No hay reglas. Cero gramática, cero ortografía. Solo tú y tus palabras. No tienes que enseñárselas a nadie.

2. Mira la palabra o frase para cada día del mes. El orden es solo una sugerencia. Si hoy es 11 de febrero y te llama la atención la frase del 15, haz la del 15… ¡no hay rollos!

3. Deja que te ataque una imagen, una idea.

4. Escribe durante 10 minutos. No edites, no revises. Solo deja que la pluma en tu mano se deslice por el papel. Si al cabo de ese tiempo, todavía quieres seguir escribiendo, hazlo.

Los temas de febrero son el amor y el desamor. Aquí está el archivo para que te inspires

¡Feliz pluma!📝🎉📝🎉📝🎉📝

PD: No olvides de compartir tu experiencia en los comentarios abajo…

Génesis/ Relato 3 de 52

52 semanas/52 relatos (Semana 3)

…Y, en el último día de la Creación, Dios vio que todo cuanto había hecho en los seis días que llevaba armando y desarmado el Universo, era bueno. La satisfacción le iba saltando por dentro, pero, el júbilo de la tarea bien hecha, se le pasó veloz. Algunos torrentes indefinidos de vacío le agobiaban la existencia y le robaban la placidez que tanto había esperado. Siempre creyó que, con el cumplimiento del deber, lo demás sería reír y cantar.

Así que, atendiendo los consejos de la Corte Celestial, puso las obligaciones a un lado y se entregó al ocio de un rellano bien merecido.  Hundió las manos en el barro y el lujo terrenal de la greda le revoloteó en el cuerpo. Al principio era sólo arcilla, una mera forma elemental. Pero el revoltijo calcáreo, que nació del universo mismo, cobró una existencia que le trepidó contenta en los dedos.

Entones, Ella creó a Eva a su imagen y semejanza: ígnea, pétrea, fuerte. La lanzó al mundo para que saliera a poblarlo de ella misma, a conquistarlo, a ganarlo. Fue muy fácil concebirla, pues ya la tenía fraguada en la mente y en el espíritu desde el inicio de todos los tiempos. Le estaba gustando todo aquello de crear y se le ocurrió seguir divirtiéndose con el arte, pues aún le mariposeaban las manos. Le vino a la mente otro concepto, más etéreo, pero más embrollado: Adán.  Pensó sacarlo de una costilla de Eva para que ella tuviese una cintura más definida y seductora, pero trocear la perfección era varonilmente brutal. Así que Dios tomó otro taco de barro y respiró hondo como quien reconoce en la creación los dolores de parto y los temblores del querer.

¡Ay, carajo! este Adán que se asomaba del amasijo…, este Adán era otra cosa. Con cierta turbación, Ella moldeó los contornos del monolito fiero a ojos cerrados, pero a espíritu abierto. Con la paciencia de la lluvia infinita, las agrestes líneas de su escultura se iban definiendo y le dejaron huellas imborrables que tardarían milenios en desvanecerse.

Trabajaba su talla con el corazón encabritado, pero sin herramientas, sólo las manos en carne viva, no se le fuera a extraviar el tacto orgánico de lo que comenzaba a gozar. Descubría en la imagen, la comunión de los elementos en la roca amalgamada con agua bendita que a fuego emergería para Ella, mientras lo henchía del soplo de vida que tanto les urgía a ambos. Gloriosos temblores le latían en el vientre y la arrastraban en una divina espiral descontrolada. Imaginarlo temerario la dejaba cansada; tallarlo potente la hacía morir mil veces.

Rozó por última vez los pliegues húmedos del hombre de roca y aspiró el perfume de la tierra que la anclaba a su dueño mineral. Se limpió las manos en su delantal de nubes con la lentitud de quien desea que el tiempo se vuelva sólido. Miró a Adán desde todos los ángulos posibles y precisamente en las rugosidades encontró un cierto esplendor en su obra, pues las pasiones celestiales, como las grandiosas obras de arte, siempre son inconclusas. Cerró la puerta del horno y la embargó la nostalgia inmisericorde de lo terminado, sintió la soledad del tacto y padeció el olvido de la creación. Pero aceptó el efímero instante de un ardor del cual siempre se creyó incapaz.

En el abismo inflamado de la piedra, Adán susurró, llamándola. Y entonces, Ella lo escuchó.

Reto Ray Bradbury/ Semana 2