Pronuncio la palabra «diáspora», rodándola lentamente en la lengua, juntando los labios, sintiendo el peso de su significado. Diáspora me sugiere estar sentada en medio de un campo florido de Dientes de León, esas flores amarillas que cunden las praderas y se transforman en miles de semillas aladas que el viento se lleva a alguna parte. Un extraño tintineo me recorre el cuerpo, como si me reconociera a mí misma como parte de una planta que ha soltado sus semillas al viento.
La palabra diáspora tiene una musicalidad callada, que lleva en sus entrañas el esfuerzo de ser transportado a otro lugar donde germinar y echar raíces. Lleva toda la memoria de los orígenes, las dudas de donde caer, el miedo de la condiciones idóneas para germinar. Como semillas somos el origen de algo nuevo, algo bueno. Una nueva forma de pensar, sin resquebrajar nuestro origen, nuestra estirpe y fundamento.
Diáspora es hacia dónde vamos y de dónde venimos.