Diáspora

Fuente: Pixabay

Pronuncio la palabra «diáspora», rodándola lentamente en la lengua, juntando los labios, sintiendo el peso de su significado. Diáspora me sugiere estar sentada en medio de un campo florido de Dientes de León, esas flores amarillas que cunden las praderas y se transforman en miles de semillas aladas que el viento se lleva a alguna parte.  Un extraño tintineo me recorre el cuerpo, como si me reconociera a mí misma como parte de una planta que ha soltado sus semillas al viento.  

La palabra diáspora tiene una musicalidad callada, que lleva en sus entrañas el esfuerzo de ser transportado a otro lugar donde germinar y echar raíces. Lleva toda la memoria de los orígenes, las dudas de donde caer, el miedo de la condiciones idóneas para germinar.  Como semillas somos el origen de algo nuevo, algo bueno. Una nueva forma de pensar, sin resquebrajar nuestro origen, nuestra estirpe y fundamento.  

Diáspora es hacia dónde vamos y de dónde venimos.

Ninguna eternidad como la mía…

«Me comprometo a vivir con intensidad y regocijo, a no dejarme vencer por los abismos del amor, ni por el miedo que de éste me caiga encima, ni por el olvido, ni siquiera por el tormento de una pasión contrariada.

Me comprometo a recordar, a conocer mis yerros, a bendecir mis arrebatos. Me comprometo a perdonar los abandonos, a no desdeñar nada de todo lo que me conmueva, me deslumbre, me quebrante, me alegre. Larga vida prometo, larga paciencia, historias largas.

Y nada abreviaré que deba sucederme, ni la pena ni el éxtasis, para que cuando sea vieja tenga como deleite la detallada historia de mis días».

¡AMEN!

Del libro «Ninguna eternidad como la mía» de Angeles Mastretta