De bitácoras, memorias y otros dolores (I)

Estoy paralizada con un dolor ciego; mi espalda me está jugando sucio. Cada paso que doy es un calvario. En mi cama no hago sino mirar el techo. Quiero escribir, no quiero escribir.

Hace días que no me sale ni una palabra de la pluma, pero debo canalizar, volcar este dolor en forma de palabras, para darles masa y peso, entenderlas, entenderme. No en balde coincide esta paralización de mi espalda con la de mi mano. Sufro de un severo caso de «bloqueo del escritor». Todo lo que trato de escribir sale atropellado, como si estuviese pariendo.

Leo algunos pasaje editados de La hija de los inmigrantes, lo que viví cuando emigré de Venezuela, y todo me parece materia de Heidi en comparación con este presente cruel y más cruel de mi país. Cualquiera que los lea podría pensar «esta pendeja no aguanta un round». Quizás es cierto. Salí de mi patria cuando la situación era aún aguantable, mi visión de lo que nos venía era pálida, y mi capacidad de asombro era el de una virgen de pueblo. Todos los días pienso que tocamos fondo y entonces, el piso se abre bajo nuestros pies en un abismo sin fin.

No hay libro que aguante tantas historias de sufrimiento, muerte y desesperanza de Venezuela. Y yo, soy solo una pequeña escritora que no sabe cómo plasmar ese horror, sin que se me paralice la mano, la espalda y el corazón. Pero sigo…