Hallacas en tiempos de resistencia

Mi tía Zazilia vive en Caracas e hizo hallacas. No tantas como antes, pero las hizo. Le llevó meses zanquear un pote de aceitunas, uno de alcaparras y algunas pasas, que guardó con recelo en su despensa como se guarda un secreto. Yo vivo en Canadá y también hice hallacas. Y aunque comprar los ingredientes no fue una odisea, si tuvimos que hacer algunos cambios, pero el resultado fue de muchos recuerdos.

Las hallacas son parte de nuestra Historia oscura, una tradición que nació de los despojos de los banquetes navideños que los españoles durante la Colonia que lanzaban a los esclavos. No ha cambiado mucho nuestra situación, pues el régimen lanza perniles podridos, aceitunas dolarizadas e incomprables y hojas deplorables, a quienes viven en Venezuela como si aún fuesen esclavos. El miedo y el hambre, que se instala en cada fibra del cuerpo es la forma más cruel de dominio, es tener la vida de otro en el puño y apretar un poquito cada vez para enseñar a dejar de respirar. El miedo nos puede volver al vicio de ser arrastrados por el rebaño. Pero para la gente como mi tía Zazilia, nada puede abatir el espíritu navideño.

Y para quienes estamos lejos, la libertad no significa desarraigo…al contrario. Las hacemos en familia, con mucha nostalgia y gratitud. Lejos de Venezuela hemos mantenido nuestras hallacas como una obra de arte y como los curadores más tenaces del museo de la venezolanidad. “Emigrar ha sido un reflejo de preservación, no solo de nuestro ente físico y emocional, sino también de salvaguarda de nuestras costumbres que comenzaban a borrarse, pisoteadas por una filosofía aberrante de poder y sometimiento. Somos portadores de mensajes sobre las andanzas, de los placeres, de las alegrías y de las tristezas, de las venturas y desventuras, de los éxitos y de los fracasos, de los comienzos y los finales, de los misterios de mi vida del inmigrante venezolano y la voz de la tragedia de quienes se quedaron atrás. Está en nosotros conservar aquello bueno que fuimos a fin de reconstruir la patria algún día.” (De La hija de los inmigrantes)

Todos los venezolanos hemos sido capaces de darle la vuelta a esa desgracia y mantrner a la hallaca como la protagonista de nuestra mesa decembrina. En ellas hemos encontrado aquello que nos une. A pesar de la distancia y el terror sistemático hemos resistido y eso, mis queridos, es una lección de resistencia, de supervivencia, de entereza. Una pequeña gran victoria, una suma colectiva de voluntades que creíamos perdidas. ¡Pa’lante es pa’llá!