Una vez tuve un sueño, de esos que rayan en lo épico. Desperté jadeando. Después de calmarme viendo el techo en la oscuridad, pensé que mi sueño sería una idea buenísima para un cuento. Miré mi Fitbit; eran las dos de la mañana. Me volví a dormir con el dictado de comenzar a escribirlo por la mañana. Cuando sonó el despertador, el cuento se había esfumado. Así como así. Por más que traté de recordar los detalles, solo conseguí recuperar pedacitos insignificantes de mi aventura onírica.
Otro momento perdido en el aire del olvido.
Una de la mejores prácticas que puedes tener como escritor, es llevar un cuadernillo donde anotar esas cosas efímeras que te dejan con la melancolía de una buena historia que pudo ser. Ralph Fletcher, coach de escritura define al cuaderno del escritor como «una red de huequitos tan pequeños que ninguna idea se me puede escapar».
Aprendí mi lección y no tengo un solo cuadernillo, tengo decenas. Y en un momento dado, tengo dos o tres a la vez. Ahí anoto todo aquello que me ocurra que pueda ser la semilla de una historia: describo a una persona que vi en la fila del banco y que puede ser uno de mis personajes, alguna conversación que escuché en el café de la esquina, un paisaje que será parte de una escena en mi novela.
Admito que mis cuadernillos son un poco desordenados y a veces pierdo tiempo buscando aquello que necesito para mis textos, pero también son territorios de redescubrimiento de ideas olvidadas. Así que, anda, compra tu cuadernillo y llévalo contigo siempre. Nunca sabes cuando te atacara el momento de inspiración…
Nos encantaría que compartieras las fotografías de tus cuadernillos.