Morir lejos

Ayer, se nos fue el tío Jacobo tras años de vivir bajo la sombra de solo tener seis meses de vida. Había sobrevivido a más de quince asaltos a mano armada, un cáncer que se llevó la mitad de su lengua, y algunos excesos que le dejaron los pulmones desechos y el corazón demasiado grande. Sus peripecias me darían para escribir un libro llamado “Las veinte vidas de Jacobo Javornik” y ciertamente, si pudiera describir al tío Jacobo con dos palabras, sería El Personaje. Su vida estuvo llena de “Jacobadas” que nos hacían reír y, a veces, hasta entornar los ojos; ahora pasarán a ser la colección de las mejores memorias que les contaremos a nuestros nietos. Si bien tuvo sus momentos revoltosos, que a veces no comprendíamos, él vivió a su modo y su familia era lo máximo. Anoche, aun con los ojos hinchados, recordé su chiste sobre la advertencia de su mejor amigo moribundo, que le prometió que vendría a halarle los pies por las noches; en la oscuridad de mi habitación, metí mis pies bajo la cobija, por si acaso se le ocurriese a mi tío hacer lo mismo.

Cuando murieron mis abuelos en Venezuela, nos reunimos en casa de mis padres tras cada funeral. Toda la familia se sentaba en el porche a recordar a los viejos entre risas y llantos, con una caja de cervezas y una sopa de pollo, de esas que levantan a cualquier muerto, menos a los finados. Hoy, nosotros, esa misma familia, andamos esparcidos por el mundo. Los abrazos son virtuales, aunque la tristeza es muy real, pero ello no significa que no podamos recordar las anécdotas del tío Jacobo, su legado, su amor, como lo hicimos con los abuelos. Nuestro grupo de WhatsApp está lleno de fotografías de copas de vino y escocés, brindando por sus cuentos entre risas y llantos, como antes, pero diferente.

Jacobo murió tranquilo y rodeado de su familia, algunos de cuerpo presente, otros desde la lejanía, pero presentes de otra manera. Hoy rezaremos un rosario a través de una video conferencia desde Canadá; no estaremos todos en la funeraria, ni cuando rieguen sus cenizas. Jacobo era un hombre bueno; se evidencia en las lágrimas en España, Panamá, Estados Unidos, Canadá, Venezuela, Eslovenia y Argentina.

Mi tío Jacobo siempre quiso que me dedicara a escribir y que no malbaratara lo que él llamaba mis dones en cosas que no fuesen escribir. Juraba que, si se ganaba la lotería, me regalaría un millón de dólares para que no tuviese que preocuparme de las finanzas hogareñas. No sucedió lo de la lotería, y está bien, pues me dejó mucho más que eso. Y, aquí estoy con su millón de recuerdos, escribiendo y honrándolo, aunque sea de lejos.

Erika P Roostna

Enero 8, 2021